Luiyología

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LuisGC

4-Minute Read

Robinson Crusoe and his man Friday

Acabo de terminar de leer la novela que llevó a la fama a Daniel Defoe, la archiconocida Robinson Crusoe.

Otro libro que no me ha decepcionado en absoluto, aunque esperaba más actividad y menos moralina. En algunos momentos la moralina está muy rebajada, pero su simple presencia me da cosa.

Como todos sabréis, el libro narra la historia de un hombre que va saltando de desgracia en desgracia hasta terminar sólo en una isla desierta. Pinta muy mal al principio, pero su ingenio y muchas dosis de suerte le permiten sobrevivir.

Faltan descripciones de la lógica que lleva en algunos de sus procedimientos, sólo pudiendo medir la dificultad en la cantidad de meses que le llevaba realizarlos, pero te puedes hacer perfectamente a la idea de lo que supone estar allí, completamente sólo deseando que aparezca cualquiera, que incluso puede ser tu perdición.

Me ha sobrado el final, que creo enlaza con el intento de hacer el libro más largo que luego se tradujo en escribir una segunda parte de la novela. Al fin y al cabo, son sólo unas páginas más, que ya se leen con desahogo.

En parte por el insomnio (cuanto más trabajo menos duermo) he leído el libro muy rápido, en unos siete días que más o menos equivalen a haberlo leído en siete sentadas.

Robinson Crusoe
Robinson Crusoe

Robinson Crusoe
Daniel Defoe

[...]
Fue poco antes de las grandes lluvias que acabo de mencionar, cuando me deshice de esto, sin advertir nada y sin recordar que había echado nada allí. À1 cabo de un mes o algo así, me percaté de que unos tallos verdes brotaban de la tierra y me imaginé que se trataba de alguna planta que no había visto hasta entonces; mas cuál no sería mi sorpresa y mi asombro cuando, al cabo de un tiempo, vi diez o doce espigas de un perfecto grano verde, del mismo tipo que el europeo, más bien, del inglés.

Resulta imposible describir el asombro y la confusión que sentí en este momento. Hasta entonces, no tenía convicciones religiosas; de hecho, tenía muy pocos conocimientos de religión y pensaba que todo lo que me había sucedido respondía al azar o, como decimos por ahí, a la voluntad de Dios, sin indagar en las intenciones de la Providencia en estas cosas o en su poder para gobernar los asuntos del mundo. Mas cuando vi crecer aquel grano, en un clima que sabía inadecuado para los cereales y, sobre todo, sin saber cómo había llegado hasta allí, me sentí extrañamente sobrecogido y comencé a creer que Dios había hecho que este grano creciera milagrosamente, sin que nadie lo hubiese sembrado, únicamente para mi sustento en ese miserable lugar.

Esto me llegó al corazón y me hizo llorar y regocijarme porque semejante prodigio de la naturaleza se hubiera obrado en mi beneficio; y más asombroso aún fue ver que cerca de la cebada, a todo lo largo de la roca, brotaban desordenadamente otros tallos, que eran de arroz pues lo reconocí por haberlos visto en las costas de África.

No solo pensé que todo esto era obra de la Providencia, que me estaba ayudando, sino que no dudé que encontraría más en otro sitio y recorrí toda la parte de la isla en la que había estado antes, escudriñando todos los rincones y debajo de todas las rocas, en busca de más, pero no pude encontrarlo. Al final, recordé que había sacudido la bolsa de comida para los pollos en ese lugar y el asombro comenzó a disiparse. Debo confesar también que mi piadoso agradecimiento a la Providencia divina disminuyó cuando comprendí que todo aquello no era más que un acontecimiento natural. No obstante, debía estar agradecido por tan extraña e imprevista providencia, como si de un milagro se tratase, pues, en efecto, fue obra de la Providencia que esos diez o doce granos no se hubiesen estropeado (cuando las ratas habían destruido el resto) como si hubiesen caído del cielo. Además, los había tirado precisamente en ese lugar donde, bajo la sombra de una gran roca, pudieron brotar inmediatamente, mientras que si los hubiese tirado en cualquier otro lugar, en esa época del año se habrían quemado o destruido.

Con mucho cuidado recogí las espigas en la estación adecuada, a finales de junio, conservé todo el grano y decidí cosecharlo otra vez con la esperanza de tener, con el tiempo, suficiente grano para hacer pan. Pero pasaron cuatro años antes de que pudiera comer algún grano y, aun así, escasamente, como relataré más tarde, pues perdí la primera cosecha por no esperar el tiempo adecuado y sembrar antes de la estación seca, de manera que el grano no llegó a crecer, al menos no como lo habría hecho si lo hubiese sembrado en el momento propicio.

Además de la cebada, había unos veinte o treinta tallos de arroz, que conservé con igual cuidado para los mismos fines, es decir, para hacer pan o, más bien, comida ya que encontré la forma de cocinarlo sin hornearlo aunque esto también lo hice más adelante.[...]

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