Tres días después de empezarlo, he terminado El Código Da Vinci de Dan Brown. Lo que confirma que de todo lo que me habían dicho, sólo una cosa es cierta: se lee muy rápido.
Ayuda que los capítulos sean de hasta dos hojas, ayuda que la trama salte de un lugar a otro, y supongo que ayuda el propio argumento.
Me ha parecido bastante flojo. Casi diría que me gustó más El Último Catón de Matilde Asensi. Lo que se supone que es su fuerte, los enigmas, no me han dicho nada. Algunos son para niños pequeños. Casi me meo de risa con aquel de los caracteres indescifrables. No diré más para no desvelar nada.
Los argumentos históricos se caen por su propio peso, pero no es importante. Es una novela, y puede argumentarse como quiera el autor. Otra cosa es que la gente crea lo que dice, claro.
Para aquellos especialmente crédulos, les dedico esta página, una de las miles que han surgido. El Secreto de El Código Da Vinci. Si dudas en alguna respuesta, marca la más 'católicamente correcta'.
El final no me ha disgustado tanto como a otros. No está mal, pero es bastante previsible. El libro se deja leer, pero en 570 páginas suelo encontrar mejores cosas.
El Código Da Vinci
Dan Brown
[...]"Una hora", se dijo a sí mismo, agradecido de que el Maestrio le hubiera concedido tiempo para hacer penitencia antes de entrar en la casa de Dios. "Debo purgar mi alma de los pecados de hoy". Las ofensas contra el Señor que había cometido ese día tenían un propósito sagrado. Hacía siglos que se perpetraban actos de guerra contra los enemigos de Dios. Su perdón estaba asegurado.
Pero Silas sabía que la absolución exigía sacrificio.
Cerró las persianas, se desnudó y se arrodilló en medio del cuarto. Bajó la vista y examinó el cilicio que le apretaba el muslo. Todos los seguidores verdaderos del Camino llevaban esa correa de piel salpicada de púas metálicas que se clavaban en la carne como un recordatorio perpetuo del sufrimiento de Cristo. Además, el dolor que causaba servía también para acallar los deseos de la carne.
Aunque ya hacía más de dos horas que Silas llevaba puesto el cilicio, que era el tiempo mínimo exigido, sabía que aquel no era un día cualquiera. Agarró la hebilla y se lo apretó un poco más, sintiendo que las púas se le hundían en la carne. Expulsó aire lentamente, saboreando aquel ritual de limpieza que le ofrecía el dolor.
"El dolor es bueno", susurró Silas, repitiendo el mantra sagrado del padre José María Escrivá, el Maestro de todos los Maestros. Aunque había muerto en 1975, su saber le había sobrevivido, y sus palabras aún las pronunciaban entre susurros miles de siervos devotos en todo el mundo cuando se arrodillaban y se entregaban a la práctica sagrada conocida como 'mortificación corporal'.
Ahora Silas centró su atención en la cuerda de gruesos extremos anudados que tenía en el suelo, junto a él. "La Disciplina". Los nudos estaban recubiertos de sangre reseca. Impaciente por recibir los efectos purificadores de su propia agonía, Silas dijo una breve oración y acto seguido, agarrando un extremo de la cuerda, cerró los ojos y se azotó con ella por encima del hombro, notando que los nudos le golpeaban la espalda. Siguió azotándose una y otra vez.
Castigo corpus meum.
Al cabo de un rato, empezó a sangrar.
[...]
Ahora me pondré con Eragón, de Chritopher Paolini. Necesito un poco de fantasía por mis venas.